DWIGHT LYMAN MOODY
CONQUISTADOR DE ALMAS 1837_1899
Se había reservado la noche de un lunes para un discurso dirigido a los materialistas. Carlos Bradlaugh, campeón del escepticismo, que entonces se encontraba en el cenit de su fama, había ordenado que todos los miembros de los clubs que había fundado asistiesen a la reunión. Así pues, cerca de 5.000 hombres, resueltos a dominar el culto entraron y ocuparon todos los bancos.
Moody predicó sobre el siguiente texto: “Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca, y aun nuestros enemigos son de ello jueces” (Deu_32:31).
Relatando una serie de incidentes pertinentes y conmovedores de sus experiencias con personas que estaban en su lecho de muerte, Moody dejó que los hombres juzgasen por sí mismos quién tenía un mejor fundamento sobre el cual debían basar su fe y su esperanza. Sin querer, muchos de los asistentes tenían lágrimas en los ojos. La gran masa de hombres, mostrando el más negro y determinado desafío a Dios, reflejado en el rostro, encaró el continuo ataque a los puntos más vulnerables, es decir, el corazón y el hogar.
Al finalizar, Moody dijo: “Levantémonos para cantar: ‘Oh, venid vosotros los afligidos, ahora’ y mientras lo hacemos, los porteros abran todas las puertas para que puedan salir todos los que quieran.
Después seguiremos el culto como de costumbre, para aquellos que deseen aceptar al Salvador.” Una de las personas que asistió a ese culto, dijo: “Yo esperaba que todos iban a salir inmediatamente, dejando el recinto vacío. Pero la gran masa de 5.000 hombres se levantó, cantó y se sentó de nuevo; ¡ninguno de ellos dejó su asiento!”
Moody, entonces dijo: “Quiero explicar cuatro palabras: Recibid, creed, confiad y aceptad al Señor.”
Una amplia sonrisa pasó por todo aquel mar de rostros. Después de hablar un poco sobre la palabra recibida, Moody hizo un llamamiento: “¿Quién quiere recibirlo? Solamente tienen que decir: ‘Quiero.’ ” Cerca de cincuenta de los que se encontraban de pie y arrimados a las paredes, respondieron: “Quiero”, pero ninguno de los que estaban sentados dijo nada.
Un hombre exclamó: “Yo no puedo”, a lo que Moody replicó: “Habló bien y con razón, amigo; fue bueno que se haya expresado así. Escuche y después podrá decir: ‘Yo puedo.’
Moody entonces explicó el sentido de la palabra “creer” e hizo el segundo llamamiento: “¿Quién dirá: ‘Yo quiero creer en El?’ ” De nuevo, algunos de los hombres que estaban de pie respondieron, aceptando; pero uno de los jefes de uno de los clubs gritó: “¡Yo no quiero!” Entonces Moody, vencido por su ternura y compasión, respondió con voz quebrantada: “Todos los hombres que están aquí esta noche tienen que decir: “Yo quiero”, o “Yo no quiero”.
Entonces Moody hizo que la audiencia considerase la historia del hijo pródigo, diciendo: “La batalla es sobre querer — solamente sobre querer. Cuando el hijo pródigo dijo: `Me levantaré’, fue cuando él ganó la lucha, porque había alcanzado el dominio sobre su propia voluntad. Y sobre este punto es que depende todo hoy. Señores, tenéis ahí en vuestro medio a vuestro campeón, el amigo que dijo: ‘Yo no quiero.’
Deseo que todos aquí, los que crean que ese campeón tiene razón, se levanten y sigan su ejemplo, diciendo: ‘Yo no quiero.’ ” Todos se quedaron quietos y hubo un gran silencio hasta que por fin Moody lo interrumpió, diciendo: “¡Gracias a Dios! Nadie dijo: ‘Yo no quiero.’ Ahora, ¿quién dirá: ‘Yo quiero?’ “
Entonces parece que, instantáneamente, el Espíritu Santo se hizo cargo de ese gran auditorio de enemigos de Jesucristo, y cerca de 500 hombres se pusieron de pie, con lágrimas corriéndoles por las mejillas y gritando: “¡Yo quiero! ¡Yo quiero!” Clamaron hasta que todo el ambiente se transformó... La batalla se había ganado.
LECCIÓN IX>>>
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